Cuando amamos y entregamos al niño el cuidado y la seguridad para poder conocer el mundo que va apareciendo poco a poco desde sí, permitimos que muchos procesos psicológicos se puedan elaborar, madurar y organizar en él. Esto es relevante, porque son etapas del ciclo vital de la vida de un ser humano, que va a requerir de todo su potencial emocional en el futuro, para poder encontrarse con el crecimiento, la adolescencia y luego la vida, la familia, el trabajo, los estudios y sus propios hijos.
No podemos evitar vivir situaciones con agresión, en parte porque conforma nuestro setting de respuesta de defensa evolutivamente anclado en nuestro cerebro. A veces, atacamos y luego vemos que nos asustó, o simplemente aprendemos paso a paso a “regular” la agresión, utilizarla sólo en autodefensa o por sobrevivencia. Por tanto podemos separar la respuesta de agresión por activación vía límbica, donde nos asustamos y respondemos en defensa, sería la agresión saludable. De aquella, que consciente o inconsciente volcamos sobre una persona más vulnerable o un niño, que aun sus defensas están desarrollándose. Esta sería la agresión patológica o no saludable, que se ve muy comúnmente en el día a día a través de la palabra (ironías, insultos, descalificaciones… en clase viene a puro dar la hora…), la distancia y la frialdad emocional (estoy cansado, déjenme solo, no quiero que me molesten ni me hablen…. Y no han visto al papa en todo el día), el poco contacto físico (ya te he dicho que no me gusta que me toquen ni tocar mucho, eso es feo y se ve mal…), la descalificación de la auto valía (contigo no se puede… no sabes nada.. ), la incapacidad de darle afecto (no me gusta eso de andarse diciendo nada de cariñito, ni amorcito… ), etc.
Sin tener como saber, si hemos sido educados a través de agresiones, por un mal manejo de un profesor, o por problemas de Bullying, también esto afectará nuestra vida futura provocando dificultades de vínculos y relaciones inestables o con maltrato incluido. Es u poco la repetición traumática de un proceso doloroso, que quedó atrapado en nuestro inconsciente y busca repetirse hasta ser resuelto. Esto no solo sucede con los difícil de la vida, sino que se revive una y otra vez, conductas no maduras, conflictos emocionales, duelos no resueltos, presentándose además asociados a síntomas como jaquecas, ansiedad, miedos, fobias, desgano, adicciones, compulsiones, etc. En etapas más avanzadas de los procesos psíquicos y emocionales no resueltos, veremos trastornos del ánimo, adaptativos, depresión, crisis de pánico y finalmente cuando ya no podemos sostener el conflicto interno, podemos caer en depresiones profundas que provocan muerte de neuronas, enfermedades psiquiátricas y en inhabilidad para trabajar.
Todo en nuestra vida es un continuum, vamos pasando por las experiencias de la vida, acumulando experiencia y también arrastrando situaciones que han sido no resueltas. Sin embargo, siempre podemos ir, paso a paso, encontrando formas de trabajar con nuestras heridas emocionales, nuestras carencias vitales y nuestros conflictos internos, los cuales los veremos reflejados en un jefe abusador y autoritario, en una pareja distante y fría o en un hijo que no se siente aceptado por como es. Todos son reflejos de lo que vivimos desde la infancia, y que aún habitan nuestro inconsciente, buscando una salida terapéutica que permita una mejor calidad de vida y autorrealización.
Más allá de decir que hacer, quisiéramos mostrar como hay una relación entre el trato hacia el niño, la calidad del vínculo. Poder mirarnos como padres y mirar como construimos el puente afectivo y relacional del niño con el mundo externo. Puede suceder que el padre o madre, ellos hayan vivido abuso, violencia o agresiones por parte de sus padres y busquen no educar bajo la agresión, hay dentro de sí, un dolor no resuelto y se puede educar al niño extremadamente sobreprotegido y saturado de cuidado o sin límites, lo cual expondrá al niño a la violencia externa, creyendo que el mundo gira para él, y sintiendo que sus padres, sin querer “le mintieron” y esto es uno de los clásicos argumentos del adolescente en relación a sus padres, desde la rabia y el miedo a enfrentar ser adulto.
Podemos poner límites y expresar nuestras emociones con amor, comprendiendo que la labor de los padres, es poder participar en la vida de un niño reforzando sus pasos en el proceso del crecimiento. Si vemos un niño inseguro, ambivalente y distante, tenemos mucho por hacer para reafirmar su autoestima; si vemos un niño híper seguro de sí “un campeón”, eduquémoslo para el respeto por los otros y el compartir… hay que buscar un equilibrio dinámico entre ser “el campeón” y “el inseguro”, la realidad nos llevará a habitar todo el espectro de éxito y fracaso, de un lado para el otro y lo más saludable es un vivir ambos, desde una estructura psico emocional sana, que pueda tolerar la frustración y el stress o que pueda aceptar con alegría sus triunfos y éxitos desde el merecimiento que todo ser humano necesita.
Si con un a mano golpeamos, insultamos o criticamos, y con la otra, damos cariños, comida y cuidado, el niño dentro de sí puede que asocie, que esta ambivalencia es “normal” y a veces no entienda, porqué golpeó a un amiguito que le caía bien… o que se haga daño a sí mismo, si en su casa todo está bien. Más que buscar la perfección parental, invitaría a los padres a reorganizar su propia historia, a reconocer esas partes perdidas de sí, incoherentes, ambivalentes y olvidadas y ponerlas al sol, de manera que se curen, como heridas que quedaron del pasado y que hoy están presentes en nuestras conductas de compensación. Por eso a veces, las mujeres maltratadas no pueden decir basta, porque inconscientemente sienten que nunca fueron la niña que su papa esperaba, o la mujer que fuera vista por su pareja… todo se refleja en nuestro hoy… y más que un problema, son una puerta a la libertad, de poder sanar y liberar a las futuras generaciones de patrones de agresión que se repetirán en forma inconsciente transmitiéndose generacionalmente y marcando la vida de muchos seres a los que queremos entrañablemente.
Hoy, todo puede cambiar.
Mariann Dávila